El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura:
utopía, distopía y desastre personal. (*)
“Si hubiera habido un asomo de Trotsky en Cuba, hubiera sido el Che”. L. Padura
El escritor cubano Leonardo Padura acaba de añadir un premio más a la larga lista de reconocimientos internacionales y cubanos que su obra literaria merece. Se le ha otorgado el el Premio Principe de Asturias (España). Nos parece oportuno reproducir la reseña de su novela El hombre que amaba los perros ( Tusquets, México 2014) para celebrar una vez más su exitosa producción literaria
En El hombre que amaba a los perros, Padura sumerge al lector en los porosos bordes entre Historia y la biografía (los sociólogos dirían, la relación entre estructura social e individuo), forzando la pregunta sobre cuánta libertad tienen los individuos para actuar frente a las grandes tendencias socio-políticas que los envuelven. La respuesta a esta pregunta desde la literatura solo se puede dar como exploración, sin respuestas absolutas, y cuando la obra revela lo más íntimo de las obsesiones de los protagonistas en el contexto que los envuelve. Creemos que Padura lo logra magistralmente, dejando además abiertas muchas más preguntas al lector osado.
En 675 páginas Padura nos lleva a un viaje por la siniestra historia del stalinismo y la vida ciertamente azarosa de Trotsky en el exilio (el político irreductible), Ramón Mercader (el asesino creado por el stalinismo) e Iván (el frustrado escritor cubano en el presente) basado en una diligente investigación histórica y un fino manejo de las emociones e interioridades de personajes complejos.
La novela de Padura es importante porque parafraseando a Kundera, cumple la única misión válida de una novela: ayudarnos a entender aspectos de nuestra humanidad, por más fétida que esta sea.
Padura se demoró cinco años para producir la información que no existía en Cuba sobre Trotsky y Mercader. Este hecho mismo, ya es intelectualmente heroico. Su bagaje periodístico no le exigía menos. En la novela, el cubano Iván “encuentra” esta información a partir de sus reuniones casuales y fortuitas con un misterioso personaje (Jaime López) que paseaba sus perros en la playa de Santa María del Mar en el año 1977. Los encuentros con López lo impulsan a buscar leer sobre Trotsky. Sin embargo, Iván, siendo un escritor y a pesar de tener toda la información de primera fuente, confiesa a su esposa su cobardía, y nunca escribe nada al respecto,. Iván había interiorizado el miedo, la auto-censura.
Ana se quedó mirándome hasta que el peso de sus ojos negros ⎯ aquellos ojos que parecían lo más vivo de su cuerpo⎯ comenzó a escocerme en la piel y al fin me dijo, con una convicción espantosa, que no entendía cómo era posible que yo, precisamente yo, no hubiese escrito un libro con aquella historia que Dios había puesto en mi camino… yo le di la respuesta que tanta veces me había escamoteado, pero que, por tratarse de Ana, le podía entregar:
No lo escribí por miedo.
En este pasaje y otros posteriormente, el autor nos introduce a la “Cuba real” y a las vicisitudes de su generación, aquella que se enroló en la utopía revolucionaria y pagó el precio del juego de la macro política, la burocracia y la crisis económica cuando se desintegra la Unión Soviética. La versión intimista, personal de Iván, narrada siempre en primera persona, no es panfletaria, ni es reemplazada por otra utopía o un despotricar lloroso contra el sistema. Lo que el lector aprenderá será acerca de cómo Ivan siente y vive la organización social en su cotidianidad pasmosa.
…Éramos la generación de los crédulos, la de los que románticamente aceptábamos y justificábamos todo con la vista puesta en el futuro… y allá nos fuimos sin esperar otras recompensas que la gratitud de la Humanidad y la Historia.
La historia de Trotsky en cambio, es presentada desde la voz del narrador omnipresente que le permite al autor no solo concatenar los hechos de una “asesinato anunciado”, sino que también entrar en las emociones de un luchador social al cual se le está matando no solo a sus allegados y familiares, sino que también se le está privando poco a poco de su manejo de la política, que era su razón de ser. En su tragedia de Trotsky está luchando por sobrevivir el asedio de todo un aparato estatal. El estado stalinista ha decidido aislarlo y mantenerlo vivo hasta que le sea funcional su muerte como un evento político. En esta tragedia Stalin es el monstruo que descarrila la revolución proletaria con una fórmula de miedo, corrupción, manipulaciones y asesinatos. Stalin usa la utopía socialista, la más igualitaria del Siglo XX, para someter a sus creyentes para que sigan sus designios y coronen sus ambiciones de poder. Stalin convierte la utopía en una distopía que en vez de hacer avanzar la Historia mediante la solidaridad, la hace retroceder con el odio, la hace caminar hacia atrás, hacia la barbarie. Trotsky disminuido y asediado quiere desde el exilio rehacer la utopía por la cual luchó toda su vida. La historia de Trotsky en el exilio es la historia de su muerte en cámara lenta. La macro política diseñada desde el Kremlin decidirá el momento preciso cuando esta tortura del perseguimiento implacable deberá terminar.
A pesar de que llevaba doce años esperándola, en ocasiones era capaz de olvidar que, ese mismo día, tal vez en el momento más apacible de la noche, la muerte podría tocarle a la puerta. En el mejor estilo soviético, había aprendido a vivir con esa expectativa, a cargar con su inminencia como si fuera una camisa ajustada a su cuerpo.
La historia de Ramón Mercader se da entorno a cómo se crea un asesino. El autor nos lleva de la mano por un periplo que empieza durante la guerra civil española, época en que Mercader es reclutado por GPU (inteligencia soviética comandada por Stalin) para realizar un acto de mucha trascendencia para el triunfo de la revolución proletaria mundial. Por aquel entonces, Mercader luchaba contra los fascistas, era un soldado más entre miles de patriotas republicanos de distintas tendencias izquierdistas, pero dadas sus características personales (educado, multilingüe, comunista acérrimo) y los contactos de su madre Soledad Mercader con la GPU, es escogido para ser la mano asesina de Stalin, iniciando su transformación de soldado a asesino solitario y calculador.
…Y en adelante recuerda, cada cabrón segundo de tu vida, que lo más importante es la revolución y que ella merece cualquier sacrificio. Tú eres el Soldado 13 y no tienes piedad, no tienes miedo, no tienes alma. Tú eres un comunista de pies a cabeza, Ramón Mercader.
Desde la época de su entrenamiento especializado como el Soldado 13, hasta el momento en que reaparece en París como Jacques Mornard, pasa un buen tiempo de inacción: la paciencia inculcada era la clave del éxito de su misión. Los desafíos físicos y psicológicos durante su entrenamiento fueron enormes, pero una vez en la calle su mayor tormento era enterarse que no podía hacer nada para evitar el desastre de su España revolucionaria que estaba siendo aniquilada por las fuerzas franquistas, desenlace en el cual Stalin tuvo mucho que ver.
Un aspecto muy importante en su transformación es la presencia en su vida de mujeres fuertes que le demandan directa o indirectamente, probarles que él es un hombre a la altura de las circunstancias. África, la amante revolucionaria española con la que tiene una hija que nunca verá, y su madre Soledad Mercader, con quien tiene una relación conflictiva de amor-odio, lo empujan a entrar en el ciclo de la muerte agazapada. Años más tarde, en pleno desenvolvimiento de la conspiración para matar a Trotsky, aprovechará su carisma para manipular a Sylvia Ageloff, una norteamericana militante de la IV Internacional, y poder acercarse a su víctima. Esta mujer frágil y enamorada era la antítesis de las otras mujeres de su vida, no le exigía nada y existía para complacerlo.
Sylvia Ageloff cataba la desnudez de Jacques Mornard y pensaba que estaba viviendo un cuento de hadas… Si aquel joven, hijo de diplomáticos, refinado, culto, bello y mundano no era el mismo príncipe azul, ¿que otra cosa sería? La pasión con que Jacques le despertó los resortes oxidados de su libido la había lanzado más allá de todos los éxtasis inimaginables, hasta el punto de aceptar la condición de abstenerse de hablar de política, el monotema de su vida sin amor.
Aquí cabe señalar que en la vida tanto de Trotsky, Mercader e Ivan, las mujeres tienen un papel relevante que marcan influencias muy poderosas en el derrotero final de los personajes y representan bajo las mismas circunstancias modelos diferentes de madres, esposas o amantes. Mientras Natalia Sedova es el ejemplo de mujer combativa que por más de cuarenta años es el pilar de la vida política de Trotsky, apoyándolo, entendiéndolo, sufriendo la misma persecución y perdonándolo inclusive durante el affair de Trotsky con la sensual Frida Khalo, Caridad Mercader es un ejemplo vivo de manipulación y odio que trasmite a sus vástagos varones; según sus propias palabras, ella sirve más para destruir y odiar que crear.
El hombre que… es una novela con muchas aristas y brinda al lector la posibilidad de reflexionar sobre los acontecimientos históricos de las décadas iniciales del siglo pasado y cuyas consecuencias se expandieron hasta mitad del siglo pasado y hasta un poco más. Muchos de los paradigmas ideológicos y de organización social creados por esa época, han seguido deambulando y han afectado a generaciones enteras de revolucionarios y ciudadanos comunes y corrientes en su vida cotidiana. Pero esto es una reflexión sobre la Historia. La reflexión más importante sin embargo, se ubica en el marco de la biografía ficcionalizada que nos permite visualizar las reacciones íntimas de los individuos frente a un contexto que los pretende subsumir.
Finalmente, habría que remarcar que el rango de la obra de Padura es muy amplio y antes de la publicación de El hombre que… ya era conocido fuera y dentro de Cuba por sus nueve novelas: Pasado perfecto, 1991; Vientos de cuaresma, 1994. Máscaras 1997. Paisaje de otoño, 1998. Adiós Hemingway, 2001. La novela de mi vida, 2002. La neblina del ayer, 2005; La cola de la serpiente, 2011. Herejes, 2011. A principios del 2015 se acaba de publicó un conjunto de relatos compilados en Aquello que estaba deseando ocurrir que trata sobre el erotismo, la amistad, la búsqueda del amor de unos cubanos excombatientes en Angola. Tanto en estos relatos como en las aventuras detectivescas de su personaje Mario Conte de la novelas mencionadas y en El hombre que amaba a los perros se encontrará una “cubanidad” y una “habanidad” impenitentes. Padura, según sus propias palabras no podría escribir si es que viviera fuera de Cuba.

Los perros como personajes: tarea para los lectores osados: ¿Cuáles son los nombres de los perros de Trotsky, Mercader e Iván? ¿Cuál es la relación que ata a los personajes principales con sus perros? ¿Cuál es la intención del autor al presentar tres personajes que aman a los perros? ¿Es un recurso técnico para darle unidad a tres vidas diferentes o una alegoría sobre la humanidad de los personajes? ¿No sería un mejor título de la obra: Los hombres que amaban a los perros?
(*) Luis Fernández-Zavala, Ph.D. Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Pukiyari Editores, 2014). Disponible en Amazon.com.